En vísperas del 50 aniversario del triunfo de la gesta revolucionaria cubana, el diario Juventud Rebelde interrogó a destacados economistas cubanos sobre el principal logro de la Revolución en su medio siglo de existencia y con unanimidad respondieron, con diferentes expresiones, el colocar el bienestar social como premisa de las transformaciones económicas.
Ciertamente, uno de los grandes logros sociales de la Revolución es haber garantizado libre acceso a la educación y a la salud a la totalidad de la población, pero bienestar social no es solo ofrecer escuelas, hospitales y médicos de forma gratuita. Bienestar social es ante todo una buena calidad de vida que implica tener garantizadas las necesidades básicas de todo ser humano. En Cuba nadie se muere de hambre, pero para “matarla” muchos tienen que apelar casi exclusivamente a las siete libras de arroz mensuales que se ofrecen por la libreta de abastecimientos o comer un mismo tipo de vianda día tras día; en la isla muchas parejas terminan consumando su unión matrimonial en el altar pero no bajo el mismo techo o compartiendo su vida de casados con suegros, tíos o sobrinos por no tener acceso a una vivienda modesta; un joven se puede devanar los sesos un fin de semana buscando alternativas de recreación bien sanas y después que la encuentra tiene que prepararse a una travesía de varias horas por no contar con una transportación adecuada. No estamos hablando de necesidades suntuarias, sino de las más simples que exige cualquier ser humano.
Pero bienestar social es también poder satisfacer esas necesidades con el fruto de tu trabajo y en Cuba esa es una posibilidad que no se garantiza para todos. Ya desde antes de los años 90, cuando el país disfrutaba de una estabilidad económica garantizada por la bondadosa ayuda suministrada por el campo socialista europeo, era visible la diferencia en los niveles de vida entre los diversos sectores poblacionales. Si, por ejemplo, pertenecías a la burocracia estatal, podías tener acceso a determinados bienes y servicios vedados para la inmensa mayoría del pueblo ya sea a través de mecanismos de obtención interna o por vía de los viajes “oficiales” al exterior; si eras una persona vinculada al mercado negro (que siempre ha existido) podías vivir mucho mejor que aquel apegado al trabajo honrado y a los valores y sacrificios espartanos inculcados por la Revolución.
La llamada pirámide social invertida era una realidad incuestionable que se profundizó a partir de las medidas anticrisis adoptadas a partir de 1993, pero en especial con la introducción de la tenencia legal de divisas y con ella el dilema de Hamlet en la vida cotidiana de los cubanos: “tener o no tener divisas”. La respuesta a ese dilema ha impulsado a miles de profesionales a emigrar a trabajos de menor preparación pero mejor remunerados (sobre todo en “chavitos”) que le garantizan una mejoría de su situación económica y la de su familia, emigración que ha provocado una grave crisis laboral en sectores tan estratégicos como la educación.
La causa de que la mayoría de la población cubana aún enfrenten una crisis de su cotidianidad no es solo la tozudez por mantener una política extremadamente igualitaria, que incluso viola la máxima socialista de que cada cual reciba según su trabajo o por apostar a un solo proveedor (el Estado) de bienes y servicios esenciales; la causa también estriba en la fuente del bienestar social: la economía y sus resultados.
Si la economía crece de una forma sostenida y sólida el país contará con suficiente riqueza para poder distribuir e incrementar el bienestar social, si por el contrario, el crecimiento económico no es suficiente o salpicado con problemas, lo que a la larga provoca es que el país termine distribuyendo pobreza. Y esto último es lo que está ocurriendo en la Mayor de las Antillas. Al margen de las estadísticas y metodologías cuestionables de cómo se mide el crecimiento en Cuba, lo cierto es que el mismo tiene lugar con inconsistencias y serias deficiencias estructurales, caracterizadas por ineficiencias en la agricultura, baja oferta y competitividad en las exportaciones, pobre oferta alimentaria e inmobiliaria, entre otras.
Después de 50 años, el vínculo crecimiento económico-bienestar social es débil, problematizado. Hay intención de mejorar el bienestar de la población, pero dicho objetivo es aún una asignatura pendiente de la Revolución.
Ciertamente, uno de los grandes logros sociales de la Revolución es haber garantizado libre acceso a la educación y a la salud a la totalidad de la población, pero bienestar social no es solo ofrecer escuelas, hospitales y médicos de forma gratuita. Bienestar social es ante todo una buena calidad de vida que implica tener garantizadas las necesidades básicas de todo ser humano. En Cuba nadie se muere de hambre, pero para “matarla” muchos tienen que apelar casi exclusivamente a las siete libras de arroz mensuales que se ofrecen por la libreta de abastecimientos o comer un mismo tipo de vianda día tras día; en la isla muchas parejas terminan consumando su unión matrimonial en el altar pero no bajo el mismo techo o compartiendo su vida de casados con suegros, tíos o sobrinos por no tener acceso a una vivienda modesta; un joven se puede devanar los sesos un fin de semana buscando alternativas de recreación bien sanas y después que la encuentra tiene que prepararse a una travesía de varias horas por no contar con una transportación adecuada. No estamos hablando de necesidades suntuarias, sino de las más simples que exige cualquier ser humano.
Pero bienestar social es también poder satisfacer esas necesidades con el fruto de tu trabajo y en Cuba esa es una posibilidad que no se garantiza para todos. Ya desde antes de los años 90, cuando el país disfrutaba de una estabilidad económica garantizada por la bondadosa ayuda suministrada por el campo socialista europeo, era visible la diferencia en los niveles de vida entre los diversos sectores poblacionales. Si, por ejemplo, pertenecías a la burocracia estatal, podías tener acceso a determinados bienes y servicios vedados para la inmensa mayoría del pueblo ya sea a través de mecanismos de obtención interna o por vía de los viajes “oficiales” al exterior; si eras una persona vinculada al mercado negro (que siempre ha existido) podías vivir mucho mejor que aquel apegado al trabajo honrado y a los valores y sacrificios espartanos inculcados por la Revolución.
La llamada pirámide social invertida era una realidad incuestionable que se profundizó a partir de las medidas anticrisis adoptadas a partir de 1993, pero en especial con la introducción de la tenencia legal de divisas y con ella el dilema de Hamlet en la vida cotidiana de los cubanos: “tener o no tener divisas”. La respuesta a ese dilema ha impulsado a miles de profesionales a emigrar a trabajos de menor preparación pero mejor remunerados (sobre todo en “chavitos”) que le garantizan una mejoría de su situación económica y la de su familia, emigración que ha provocado una grave crisis laboral en sectores tan estratégicos como la educación.
La causa de que la mayoría de la población cubana aún enfrenten una crisis de su cotidianidad no es solo la tozudez por mantener una política extremadamente igualitaria, que incluso viola la máxima socialista de que cada cual reciba según su trabajo o por apostar a un solo proveedor (el Estado) de bienes y servicios esenciales; la causa también estriba en la fuente del bienestar social: la economía y sus resultados.
Si la economía crece de una forma sostenida y sólida el país contará con suficiente riqueza para poder distribuir e incrementar el bienestar social, si por el contrario, el crecimiento económico no es suficiente o salpicado con problemas, lo que a la larga provoca es que el país termine distribuyendo pobreza. Y esto último es lo que está ocurriendo en la Mayor de las Antillas. Al margen de las estadísticas y metodologías cuestionables de cómo se mide el crecimiento en Cuba, lo cierto es que el mismo tiene lugar con inconsistencias y serias deficiencias estructurales, caracterizadas por ineficiencias en la agricultura, baja oferta y competitividad en las exportaciones, pobre oferta alimentaria e inmobiliaria, entre otras.
Después de 50 años, el vínculo crecimiento económico-bienestar social es débil, problematizado. Hay intención de mejorar el bienestar de la población, pero dicho objetivo es aún una asignatura pendiente de la Revolución.
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