Algo que se puede apreciar a primera vista durante una visita a Cuba es que el dinero está circulando en la capital. Se puede apreciar en las largas colas en las casas de cambio, en las tiendas llena de gente, en el uso masivo de los medios de transporte alternativos a las guaguas (nada baratos por cierto), en la magnitud de la inversión y decoración de muchos negocios privados y en el nivel de remodelación de muchas viviendas. Quizás, la fecha en que viajé (navidad y fin de año) ayudó a magnificar esa realidad, pero no a crearla.
Y este incremento en la circulación del dinero debido a la expansión del mercado ha incentivado la expectativa a consumir de la población y le ha planteado una nueva perspectiva en relación a su vida cotidiana. Varias personas con las que converse me explicaban que ahora tienen que planificar el gasto y la solución de sus problemas en el hogar y recordaba que anteriormente no había la posibilidad de planificar porque no había donde gastar o invertir. Y es que mientras que antes de 1990 no había una oferta apreciable de bienes y servicios donde canalizar el dinero acumulado, más allá de lo distribuido por la libreta de racionamiento, ahora el dolor de cabeza es que el dinero no alcanza para satisfacer todas las necesidades acumuladas.
El incremento de las expectativas a consumir y la realización de esa expectativa se canalizan en diversas vertientes: el consumo necesario, dirigido a satisfacer las necesidades apremiantes y normales de cualquier ser humano y el consumo suntuario, vinculado a determinados gustos y preferencias. El aumento del consumo ha llamado la atención de diversas firmas internacionales como L’Oreal, Christian Dior, Azzaro y otras que han abierto o están en planes de abrir tiendas en la isla.
Pero esta nueva realidad que se está abriendo paso en la capital cubana no nos debe crear el espejismo de que todos participan por igual en la captación del dinero circulante o en el disfrute de un alto consumo. Los grandes beneficiarios con la nueva apertura del mercado son básicamente los campesinos y vendedores del mercado negro que ya habían acumulado importantes sumas monetarias desde antes del Período Especial y aquellos con conexiones de familiares en el extranjero y que reciben remesas, las cuales en porciones crecientes se están canalizando como capital de inversión.
Aquellos que no pertenecen a los tres grupos mencionados y que dependen de su salario o pensión para vivir, no pueden participar de la misma manera de las nuevas expectativas de consumo que se han abierto en el país. Y los niveles de desigualdad también son identificables territorialmente, ya que, según me contaron, la oferta de bienes y servicios en la capital es mucho más abundante y diversa que en el resto de las provincias.
Donde se puede observar más claramente el nivel de desigualdad que se va abriendo paso en el país es en el estado de las viviendas. Es común ver en medio de cuadras de edificaciones en un estado deplorable una que otra remodelada y pintada, como oasis en medio del desierto del abandono.
miércoles, 22 de febrero de 2012
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