Volví a Cuba después de 2 años. Las
apreciaciones que había tenido en el viaje anterior habían estado sesgada
porque mi estancia se había circunscrito a La Habana, pero en esta ocasión pude
ampliar la muestra de mis observaciones ya que estuve la mayor parte del tiempo
en contacto con la realidad que se vive fuera de la capital, mediante un
recorrido de 12 horas cuyo destino final fue la ciudad de Bayamo en el oriente
del país y que me llevó por otros pueblos y ciudades como Jagüey Grande, Villa
Clara, Santic Spiritus, Ciego de Avila, Camagüey, Guáimaro, Las Tunas y
Holguín.
Pude percatarme que a lo largo y ancho de la
isla la población cubana ha sabido encontrar espacios de funcionamiento y
expresión autónomos en relación a la dinámica gubernamental. Si antes de los 90
la sociedad cubana marchaba en sintonía con las prácticas y políticas del
gobierno y del partido, ahora esa sintonía ya no es tan convergente por la
introducción del mercado y los mayores contactos que se tiene con el mundo
exterior a través de la internet y los viajes individuales o a través de
misiones de colaboración.
La existencia de dos mundos totalmente
diferente (el privado y el público), con dinámicas y mentalidades divergentes,
la proliferación de servicios dirigidos a satisfacer la necesidad de la
población, con preferencia de tipo gastronómicos, la búsqueda de alternativas
de diversión y entretenimiento más allá de las que ofrece el Estado y el
apoliticismo de la población, entre otras, son características que pude
visualizar en todas los lugares donde estuve.
Ciertamente hay diferencias entre La Habana y
el resto de la isla en las formas en que se concretan o expresan esas dinámicas
económicas y sociales. Por ejemplo, mientras que en la capital el gran
protagonista de la ampliación de la red gastronómica ha sido el sector privado,
en el interior del país los gobiernos locales encabezan este impulso. La
calidad en los servicios y la sofisticación en el mobiliario, decoración y
ambientación de los paladares capitalinos
son superiores a sus homólogos en el “interior”.
Pero hay hechos que las fronteras provinciales
no logran diferenciar. Por ejemplo, la calidad de los servicios en los
establecimientos estatales no compara con la ofrecida por los negocios
privados, donde es superior. En los trabajadores estatales predomina unas
prácticas laborales bien rígidas (las mismas que sufrí durante mi vida en Cuba),
producto de muchos años de estatización, pero que en ciertos contextos son
convenientes ya que sirven de camuflaje para el desvío de recursos que van a
parar a la población o a los cuentapropistas que obtienen así una buena parte
de sus insumos para poder operar ante la inexistencia de un mercado mayorista.
Algo común que pude apreciar fue una mayor conciencia
colectiva de que la propiedad estatal no es la solución para los problemas
económicos del país. Cuando vivía en Cuba y me quejaba del mal servicio
recibido, las explicaciones que obtenía circunscribían el asunto a “una falta
de conciencia social”, “ingratitud de los trabajadores frente a la Revolución”,
es decir, respuestas ideológicas; ahora cuando conversaba sobre el mismo tema,
mis interlocutores me respondieron que la razón era “la falta de un sentido de
pertenencia”, léase, el no ser o sentirse dueño de la empresa o el
establecimiento que ofrece el servicio.
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