domingo, 2 de octubre de 2011

EL DEBER DE EDUCAR

A ella la conozco hace muchos años y es una de las tantas cubanas que vive en la diáspora, abrazada a la nostalgia y a los recuerdos de su tierra lejana. Esa nostalgia y esos recuerdos son las que la impulsan a viajar con frecuencia a la isla. Cada vez que regresa le pido que me cuente sus impresiones sobre lo que vio por allá, que me hable del estado de ánimo que palpó en el pueblo, de cómo estaba la situación económica. Muy cortésmente elude cualquier pronunciamiento sobre la realidad cubana, limitándose a hablarme de su experiencia con la familia y amistades. No obstante, yo sigo insistiendo, olvidando que ella no es una analista, ni una académica.


Sin embargo, algo pasó en el último viaje. No sé si fue que finalmente cedió a mi tozuda insistencia o lo que vio y oyó en Cuba fue de tanto impacto que ayudó a romper su mutismo, lo cierto es que decidió hablar, compartir conmigo sin tapujos sus percepciones de la realidad cubana actual. A continuación un resumen de lo que me comentó:


"¿Qué pienso de lo que vi y oí?. Mi humildísima opinión es que, por lo menos ahora mismo, ahí no está pasando nada, ni se está haciendo nada porque pase. Es complejo explicarte porque, a la par de esa percepción, se tiene la sensación de que la gente, o si prefieres la sociedad, el pueblo, está como a la espera de que pase algo; sabe que está en transición. Eso me pareció al tratar de desenredar la incertidumbre en la que viven. Como era de esperar, todo eso de los lineamientos, los supuestos aportes y asambleas es el mismo cuento de camino de siempre. ¿Cuentapropismo?. Tengo mucha curiosidad por saber si existe un país en el mundo que se haya desarrollado con improvisadas mesitas en las puertas de sus destartaladas casas, vendiendo botellitas de lejía, palitos de tendedera y estropajos caseros. Allá lo único que parece que sostiene por las puntas al país es la biotecnología y el turismo. Más lo primero que lo segundo. Nada de industrias, nada de producción, nada de nada. La verdad es que yo entiendo que nadie quiera poner el muerto y que desde fuera es fácil teorizar y trazar estrategias, pero no sé cómo es que la gente no se ha lanzado a las calles."


"Todo lo que te dije fue lo que percibí y al mismo tiempo pienso que mucho más interesante y novedoso es el aporte de variantes que den luz, que despejen el camino de ese callejón sin salida. Fíjate, una cosa me quedó grabada de mi viaje y en la que reparé con los días...fue que casi todas las personas coincidían más o menos en que, ok, ya sabemos que todo es un desastre y ¿entonces qué?, ¿qué viene después de la crítica?. Y no es que la gente quiera invasiones u otros cocos que le meten. Me parece que la expectativa o lo que esperan es algo así como ir encontrando rutas y claridad en la búsqueda de soluciones. La gente se siente como en un infranqueable laberinto, perdidos, sin brújula. Es posible que, tal y como han vivido por décadas, están esperando que aparezca la varita mágica o la gotica que colme la copa. Lógicamente, hay de todo. Están también los que quisieran la invasión y hasta a quienes no le importe nada. Y de todo eso hay tema. Por cada una de las situaciones que se vive en Cuba hay un tema del que se puede hablar hasta el amanecer. Pero a mí me parece que la machacadera por si sola ya no convence. E intuyo que, al igual que nos planteábamos allá la urgencia de resolver algo más de lo que creíamos resuelto, como la salud y la educación, asimismo pienso que tenemos que encontrar la forma de transparentar la intención de muchas de nuestras críticas y propuestas...transmitir credibilidad...no más de lo mismo."


Hay muchos ángulos de discusión que se pueden derivar de estas reflexiones, pero me quiero concentrar en lo que concierne al papel de los académicos frente a lo que me amiga percibe como la incertidumbre en que vive el pueblo cubano.


Los académicos nos hemos movido entre el diagnóstico, cuestionamiento de las políticas gubernamentales y las propuestas para resolver la “cuestión cubana”. El grado de virulencia de las críticas y el alcance de las propuestas han estado condicionados por el nivel de tolerancia y/o la afinidad ideológica de los interlocutores hacia el régimen.


Tanto críticas como propuestas se han construido teniendo como base nuestro amplio acervo de conocimientos dentro de los respectivos campos del saber y muchas veces las hemos dirigido desde nuestra elevada torre teórica y metodológica con un lenguaje solamente entendible por nuestros pares. No en pocas ocasiones nuestros cuestionamientos, ideas y proyectos quedan divorciados de los intereses y necesidades de lo que deben ser los principales beneficiarios de los mismos: el pueblo. Lo que pasa que ese pueblo, sociedad o gente (como diría mi amiga) vive apresado por esa lucha por sobrevivir en esa cotidianidad asfixiante que no les permite ver más allá de la inmediatez. Qué comer, donde vivir, cómo trasladarse o recrearse y ahora, más recientemente, cuál será la fuente de ingresos, son prioridades tan contundentes que se logran imponer a cualquier pensamiento que no vaya dirigido a resolver esas necesidades apremiantes para cualquier ser humano.


¿Cómo lograr que el pueblo logre ver más allá de su cotidianidad?. Al margen de que los académicos tenemos que ser capaces de generar un producto analítico entendible por las amplias masas, tenemos igualmente de ser capaces de educar: pasar de ser proponentes y críticos a educadores. Tenemos que contribuir a crear una conciencia crítica en la sociedad civil, que les permita entender e interpretar la realidad más allá de la posición de cada individuo y no únicamente desde la vertiente economicista.


Si logramos asumir ese nuevo papel, seremos capaces de trasmitir mayor credibilidad con nuestros mensajes y estaremos ayudando a formar una sociedad civil más activa y conscientemente crítica, factores muy importantes para la Cuba del futuro que queremos construir.