martes, 24 de enero de 2012

CRONICAS DE UN VIAJE A CUBA (SEGUNDA PARTE)

En La Habana ya se identifican claramente dos mundos: el sector privado y el sector estatal. En ambos incursioné y pude obtener una visión de sus principales características.

El sector privado está integrado por el cuentapropista y la emergente pequeña empresa. Es aún minoritario pero en franca expansión y está jugando un importante papel en hacer más llevadera la cotidianidad de los habaneros. Los sectores donde a simple vista se observa que han tenido una significativa penetración han sido en la gastronomía, la transportación, en la venta de productos agropecuarios y de productos misceláneos (los llamados merolicos).

Es en el sector gastronómico donde se observa la mayor presencia del sector privado, con restaurantes, cafeterías y otros puntos de venta de comidas y bebidas. Junto con la presencia también de establecimientos estatales, hoy en día la capital cuenta con una variada y extensa red gastronómica para todos los gustos y bolsillos y con diferentes niveles de oferta y calidad. Te puedes encontrar desde un cafetería donde te venden un disco volador cuyo contenido tienes que descubrirlo con la ayuda de una lupa, pero que su precio es de $1 peso cubano, hasta una paladar donde la comida para dos personas te puede salir cercana o superior a $30 CUC (pesos convertibles). Lo cierto es que hoy en día en La Habana no tienes que caminar gran cantidad de cuadras para saciar la sed o el apetito.

El desarrollo de las paladares es uno de los aspectos que más me llamó la atención. Ya no son aquellos restaurantes de los años 90 cuyo interés básico era lucrar a partir de las necesidades alimentarias del cubano común. Ahora tratan de proyectarse como empresas competitivas y altamente profesionales y en la que sus dueños han invertido cuantiosos recursos en el mobiliario, en la decoración y ambientación, en el mercadeo, en la vestimenta de los camareros y en ofrecer una amplia variedad de platos y bebidas. Visité varias y en todas pude disfrutar de la alta calidad de la comida y del servicio prestado. Pero los relativamente altos precios de los productos que ofrecen las hace virtualmente prohibitivas para “los cubanos de a pie”. En la práctica, están dirigidas a funcionar dentro del mercado de los turistas o de aquellos cubanos con acceso regular a las divisas.

El servicio de transporte colectivo a través de las guaguas sigue siendo tan deficiente como siempre, pero las opciones de trasportación se han ampliado con la presencia de bici-taxis, coco - taxis y sobre todo de los boteros, taxis privados constituidos fundamentalmente por la “prehistoria” automovilística cubana a los que se han sumado algunos autos de la era soviética. Estos taxis se mueven solamente por las principales avenidas de la ciudad en rutas lineales, recogiendo clientes en su trayectoria y su costo oscila entre $10 y $ 20 pesos cubanos en dependencia del destino del usuario. La cantidad que circula cada día es realmente apreciable.

Montarse en estos autos constituye una experiencia singular. Muchos de ellos ya no tienen ni el panel con los instrumentos de medición y sus choferes tienen que calcular a ojo la gasolina que les queda en el tanque, pero se mueven y prestan un servicio invaluable a la transportación de los habaneros. Es interesante ver que la mayoría de los boteros son jóvenes que rentan los autos a sus dueños por una suma que puede oscilar entre $800 y $1000 pesos cubanos diarios.

A pesar de la anunciada reducción de la plantilla estatal, ese sector sigue siendo la principal fuente de empleo, por lo que continúa marcando la tendencia en las prácticas y cultura laboral del país. Es preocupante ver como las calles de la capital están llenas de gente en días y horarios laborales, como si fuera un domingo y cuando visitas las oficinas estatales para recabar un servicio te tropiezas con la ineficiencia, la lentitud, el desgano y el poco empeño por brindar dicho servicio con la calidad que el usuario requiere. Tengo que reconocer que hay empleados estatales que son diligentes en su trabajo y asumen sus tareas laborales con orgullo, pero hay otros que para lograr que cumplan con su deber hay que motivarlos con un empujoncito monetario o en especie.

Por fortuna, el sector privado está tratando de dejar atrás las tendencias negativas que emanan del área estatal, porque se están dando cuenta que el mercado les hace pagar muy caro tales prácticas y hábitos. Este sector tiene aún mucho que aprender y mejorar, pero ya está demostrando que es el embrión de una nueva cultura laboral y de gestión en el país, caracterizada por la creatividad, el empeño y la eficiencia.

lunes, 16 de enero de 2012

CRONICAS DE UN VIAJE A CUBA (PRIMERA PARTE)

Después de varios años de ausencia regresé a Cuba. Regresé a la Cuba post VI Congreso del Partido y en víspera del 53 Aniversario del Triunfo de la Revolución. Aunque fue un viaje estrictamente familiar, no me pude resistir a la tentación de observar el desenvolvimiento de la cotidianidad de los cubanos (para ser más preciso, de los habaneros) con los ojos de un estudioso de la isla.

Llegué para pasar la Navidad y el advenimiento del nuevo año llevando conmigo los recuerdos acumulados desde mi infancia de las celebraciones de esas fechas en la Cuba que me tocó vivir (la socialista).

Recuerdo que la época navideña que viví en la isla estuvo marcada por el racionamiento de los productos, por lo que turrones, manzanas y uvas aparecían en las mesas en cantidades bien limitadas en la cena de Noche Buena. Lo demás (algún pernil, vianda, congrí) dependía de las posibilidades de cada familia. Lo mismo ocurría con los adornos y luminarias típicas de la temporada. Como el Estado no garantizaba la venta de esos artículos, el montar un arbolito o adornar la casa con objetos alegóricos a la fecha dependía de los ornamentos que cada familia fue capaz de guardar de años anteriores.

Las mayores energías festivas se guardaban para festejar la llegada del nuevo año, aunque siempre matizada con el significado político de representar también un nuevo aniversario del triunfo de la Revolución.

Para los niños, el plato fuerte de todas las celebraciones lo constituía el Día de los Reyes Magos. A pesar de que los juguetes estaban también normados por la libreta de racionamiento, se disfrutaba de toda la fantasía del viaje y llegada de los Magos del Oriente guiados por la Estrella de Belén. Por eso me dolió la suspensión de la celebración de las festividades a partir del año 1970, a pesar de que para entonces, por el límite de edad establecido, ya no me tocaba el juguete básico y los dos no básicos.

En esta visita vi un renovado espíritu por celebrar las navidades y el fin de año. Aunque en las tiendas estatales no había una oferta especial de productos para la ocasión, pude observar el esfuerzo de algunas familias por comprar lo necesario o posible para tener una cena en Noche Buena o celebrar el nuevo año. Al igual que los años 60, la oferta de productos puede limitar la capacidad de celebración de las familias cubanas, pero a diferencia de aquella época, el Estado utiliza al mercado para establecer la restricción, ya sea a través de la disponibilidad o por el nivel de precios de los productos a la venta. Vine a ver un poco de turrones en una de las tiendas en la mañana del 24 de diciembre y nada de manzanas o uvas, sin embargo, pude adquirir las manzanas de procedencia canadiense a $0.40 CUC cada una de un vendedor ambulante en la Calle Obispo ante la mirada tolerante de dos policías.

Sin embargo, no vi ambiente para celebrar el Día de los Reyes. Apenas encontré juguetes en las tiendas habaneras. Ese motivo de fantasía infantil continúa perdido en Cuba.

Más allá de la connotación religiosa de la celebración de la Navidad, la misma es una fiesta de la espiritualidad. Es una temporada donde se debe resaltar el amor, la esperanza, la amistad, la solidaridad; es una época para compartir entre amistades y para reforzar los lazos familiares, que son valores que trasciende cualquier ideología. Mientras que en otros países se ha desvirtuado el verdadero sentido que debe tener la Navidad al primar el consumismo desenfrenado expresado en el deseo de regalar por encima de los valores espirituales que se deben fomentar, en Cuba, dada la escasez de recursos existentes y las posibilidades dispares de cada miembro de la sociedad, no hay condiciones aún para que ese consumismo imponga su hegemonía y es por tanto un buen momento para fomentar los valores ya mencionados.

No he visto que el liderazgo cubano quiera asumir ese mensaje, sin embargo, quien lo está asumiendo es la iglesia católica y lo pude apreciar en diversas actividades en que participé durante mi estancia en la isla.