lunes, 16 de enero de 2012

CRONICAS DE UN VIAJE A CUBA (PRIMERA PARTE)

Después de varios años de ausencia regresé a Cuba. Regresé a la Cuba post VI Congreso del Partido y en víspera del 53 Aniversario del Triunfo de la Revolución. Aunque fue un viaje estrictamente familiar, no me pude resistir a la tentación de observar el desenvolvimiento de la cotidianidad de los cubanos (para ser más preciso, de los habaneros) con los ojos de un estudioso de la isla.

Llegué para pasar la Navidad y el advenimiento del nuevo año llevando conmigo los recuerdos acumulados desde mi infancia de las celebraciones de esas fechas en la Cuba que me tocó vivir (la socialista).

Recuerdo que la época navideña que viví en la isla estuvo marcada por el racionamiento de los productos, por lo que turrones, manzanas y uvas aparecían en las mesas en cantidades bien limitadas en la cena de Noche Buena. Lo demás (algún pernil, vianda, congrí) dependía de las posibilidades de cada familia. Lo mismo ocurría con los adornos y luminarias típicas de la temporada. Como el Estado no garantizaba la venta de esos artículos, el montar un arbolito o adornar la casa con objetos alegóricos a la fecha dependía de los ornamentos que cada familia fue capaz de guardar de años anteriores.

Las mayores energías festivas se guardaban para festejar la llegada del nuevo año, aunque siempre matizada con el significado político de representar también un nuevo aniversario del triunfo de la Revolución.

Para los niños, el plato fuerte de todas las celebraciones lo constituía el Día de los Reyes Magos. A pesar de que los juguetes estaban también normados por la libreta de racionamiento, se disfrutaba de toda la fantasía del viaje y llegada de los Magos del Oriente guiados por la Estrella de Belén. Por eso me dolió la suspensión de la celebración de las festividades a partir del año 1970, a pesar de que para entonces, por el límite de edad establecido, ya no me tocaba el juguete básico y los dos no básicos.

En esta visita vi un renovado espíritu por celebrar las navidades y el fin de año. Aunque en las tiendas estatales no había una oferta especial de productos para la ocasión, pude observar el esfuerzo de algunas familias por comprar lo necesario o posible para tener una cena en Noche Buena o celebrar el nuevo año. Al igual que los años 60, la oferta de productos puede limitar la capacidad de celebración de las familias cubanas, pero a diferencia de aquella época, el Estado utiliza al mercado para establecer la restricción, ya sea a través de la disponibilidad o por el nivel de precios de los productos a la venta. Vine a ver un poco de turrones en una de las tiendas en la mañana del 24 de diciembre y nada de manzanas o uvas, sin embargo, pude adquirir las manzanas de procedencia canadiense a $0.40 CUC cada una de un vendedor ambulante en la Calle Obispo ante la mirada tolerante de dos policías.

Sin embargo, no vi ambiente para celebrar el Día de los Reyes. Apenas encontré juguetes en las tiendas habaneras. Ese motivo de fantasía infantil continúa perdido en Cuba.

Más allá de la connotación religiosa de la celebración de la Navidad, la misma es una fiesta de la espiritualidad. Es una temporada donde se debe resaltar el amor, la esperanza, la amistad, la solidaridad; es una época para compartir entre amistades y para reforzar los lazos familiares, que son valores que trasciende cualquier ideología. Mientras que en otros países se ha desvirtuado el verdadero sentido que debe tener la Navidad al primar el consumismo desenfrenado expresado en el deseo de regalar por encima de los valores espirituales que se deben fomentar, en Cuba, dada la escasez de recursos existentes y las posibilidades dispares de cada miembro de la sociedad, no hay condiciones aún para que ese consumismo imponga su hegemonía y es por tanto un buen momento para fomentar los valores ya mencionados.

No he visto que el liderazgo cubano quiera asumir ese mensaje, sin embargo, quien lo está asumiendo es la iglesia católica y lo pude apreciar en diversas actividades en que participé durante mi estancia en la isla.

1 comentario:

Betty dijo...

Me gustaría recordar mis pocas Navidades en Cuba, desgraciadamente recuerdo muy poco. Lo que si me viene a mente es un tiempo pasado en felicidad y abundancia de amor, y bueno, regalos. A leer esta entrada, me doy cuenta de la ingenuidad de los niños, de no tener la capacidad de entender todos los sacrificios que los cubanos, mis padres, sufrieron para darme no solo una buena vida pero una perfecta Navidad, y por eso estoy muy agradecida y orgullosa.

Gracias Papa.