martes, 26 de febrero de 2013

HECHOS E INTERROGANTES DE UN DOMINGO DE CAMBIOS

El hecho más importante de la Sesión de Constitución de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular fue la designación como segundo al mando del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de un dirigente que no forma parte del grupo de los históricos y que nació después que la Revolución había llegado al poder. Con esta decisión se comienza a poner en práctica lo anunciado en el VI Congreso del Partido en relación a dar paso a miembros de las nuevas generaciones para que vayan asumiendo las riendas del país, lo cual aplaudo.
 
Pero alrededor de esta decisión pueden surgir interrogantes acerca de la viabilidad y sinceridad de la misma, así como otras consideraciones que se pueden derivar. ¿Cuáles son algunas de estas interrogantes?.
 
¿Por qué fue Miguel Díaz-Canel Bermúdez y no otro el elegido?. Esta es una pregunta que puede abrirse a múltiples especulaciones. Tratemos de concentrarnos en los datos conocidos y apliquemos la lógica.
 
Es una persona que desde la base fue escalando los distintos peldaños del poder sin hacer ruido, sin apenas tener visibilidad pública, con manifestaciones inequívocas de lealtad y de apego a la reglas de juego de la cúpula dominante. También tiene que haber demostrado eficacia y eficiencia en el ejercicio de sus responsabilidades.  Porque en la Cuba que conocemos nadie por casualidad o por golpe de suerte se mantiene como máximo dirigente del partido en dos provincias por espacio de 16 años, llega al Comité Central desde el año 1991, se convierte en miembro del Buró Político a partir del 2003,  Ministro en el 2009 y posteriormente es ascendido a Vicepresidente del Consejo de Ministro desde el 2012.
 
La dirigencia histórica ha tenido tiempo suficiente para observarlo, prepararlo y pulirlo. Pero en mi opinión, lo más importante es que hoy en día tiene que haber mostrado un apoyo incondicional a la agenda reformista tecnocrática que está en ejecución en el país. Porque de lo contrario, no hubiera contado con el beneplácito de Raúl Castro.
 
¿No quedará en el camino como le pasó a Aldana, Robaina y Pérez Roque?. El peligro siempre existe, sobretodo porque el poder tiende a embriagar y hace perder la cabeza hasta el más calculador y flemático.
 
En los próximos años Díaz-Canel sentirá la presión de las nuevas responsabilidades otorgadas, de las expectativas que ello crea y será sometido al escrutinio público nacional e internacional y al seguimiento mediático. Las tentaciones al protagonismo surgirán y veremos cómo podrá manejar estos nuevos retos.
 
Si es necesario marcar una diferencia. Los Aldanas y compañías no fueron nombrados sucesores. Ellos se consideraron y manifestaron como tales a destiempo y por ello fueron defenestrados. Díaz-Canel si ha sido nombrado sucesor, con la bendición de Raúl y Fidel y posiblemente también con la aceptación del mayor grupo de poder hoy en día: los militares.
 
De todas formas, si Díaz-Canel cayera posiblemente haya un Plan B: Bruno Rodríguez o Mercedes López Acea, “la eficiente primera secretaria del partido en la capital” (palabras de Raúl).
 
¿Realmente los históricos se están retirando del poder?. En el VI Congreso del Partido se planteó  limitar a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años el desempeño de los principales cargos del Estado y del Gobierno y establecer edades máximas para ocupar esas responsabilidades, pero no se fue preciso con respecto a los altos cargos en el Partido mismo y es conocido que la verdadera fuente de poder emana del Partido Comunista de Cuba.
 
Perfectamente los dirigentes históricos pueden ceder la dirección administrativa del país a los retoños y mantener una vigilancia y una capacidad de intervención para corregir “tendencias indeseables” desde la atalaya del Buró Político. Porque como bien manifestó Raúl Castro en el VI Pleno del Comité Central "si bien el Partido no postula, tampoco puede desentenderse de la elección de los máximos dirigentes del Gobierno".
 
Si este fuera el escenario futuro, estaríamos en presencia de otro hecho inédito en la Cuba Revolucionaria: la desconcentración de poderes entre el Estado y el Partido.