El hecho más importante de la Sesión de
Constitución de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular
fue la designación como segundo al mando del Consejo de Estado y del Consejo de
Ministros de un dirigente que no forma parte del grupo de los históricos y que
nació después que la Revolución había llegado al poder. Con esta decisión se
comienza a poner en práctica lo anunciado en el VI Congreso del Partido en
relación a dar paso a miembros de las nuevas generaciones para que vayan
asumiendo las riendas del país, lo cual aplaudo.
Pero alrededor de esta decisión pueden surgir
interrogantes acerca de la viabilidad y sinceridad de la misma, así como otras
consideraciones que se pueden derivar. ¿Cuáles son algunas de estas
interrogantes?.
¿Por qué fue Miguel Díaz-Canel Bermúdez y no
otro el elegido?.
Esta es una pregunta que puede abrirse a múltiples especulaciones. Tratemos de
concentrarnos en los datos conocidos y apliquemos la lógica.
Es una persona que desde la base fue escalando
los distintos peldaños del poder sin hacer ruido, sin apenas tener visibilidad
pública, con manifestaciones inequívocas de lealtad y de apego a la reglas de
juego de la cúpula dominante. También tiene que haber demostrado eficacia y
eficiencia en el ejercicio de sus responsabilidades. Porque en la Cuba que conocemos nadie por
casualidad o por golpe de suerte se mantiene como máximo dirigente del partido en
dos provincias por espacio de 16 años, llega al Comité Central desde el año
1991, se convierte en miembro del Buró Político a partir del 2003, Ministro en el 2009 y posteriormente es ascendido
a Vicepresidente del Consejo de Ministro desde el 2012.
La dirigencia histórica ha tenido tiempo suficiente
para observarlo, prepararlo y pulirlo. Pero en mi opinión, lo más importante es
que hoy en día tiene que haber mostrado un apoyo incondicional a la agenda
reformista tecnocrática que está en ejecución en el país. Porque de lo
contrario, no hubiera contado con el beneplácito de Raúl Castro.
¿No quedará en el camino como le pasó a Aldana,
Robaina y Pérez Roque?. El peligro siempre existe, sobretodo porque el poder tiende a
embriagar y hace perder la cabeza hasta el más calculador y flemático.
En los próximos años Díaz-Canel sentirá la
presión de las nuevas responsabilidades otorgadas, de las expectativas que ello
crea y será sometido al escrutinio público nacional e internacional y al
seguimiento mediático. Las tentaciones al protagonismo surgirán y veremos cómo
podrá manejar estos nuevos retos.
Si es
necesario marcar una diferencia. Los Aldanas y compañías no fueron nombrados
sucesores. Ellos se consideraron y manifestaron como tales a destiempo y por
ello fueron defenestrados. Díaz-Canel si ha sido nombrado sucesor, con la
bendición de Raúl y Fidel y posiblemente también con la aceptación del mayor grupo
de poder hoy en día: los militares.
De todas formas, si Díaz-Canel cayera
posiblemente haya un Plan B: Bruno Rodríguez o Mercedes López Acea, “la
eficiente primera secretaria del partido en la capital” (palabras de Raúl).
¿Realmente los históricos se están retirando
del poder?. En el
VI Congreso del Partido se planteó limitar
a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años el desempeño de los
principales cargos del Estado y del Gobierno y establecer edades máximas para
ocupar esas responsabilidades, pero no se fue preciso con respecto a los altos
cargos en el Partido mismo y es conocido que la verdadera fuente de poder emana
del Partido Comunista de Cuba.
Perfectamente los dirigentes históricos pueden
ceder la dirección administrativa del país a los retoños y mantener una
vigilancia y una capacidad de intervención para corregir “tendencias
indeseables” desde la atalaya del Buró Político. Porque como bien manifestó
Raúl Castro en el VI Pleno del Comité Central "si bien el Partido no
postula, tampoco puede desentenderse de la elección de los máximos dirigentes
del Gobierno".
Si este fuera el escenario futuro, estaríamos
en presencia de otro hecho inédito en la Cuba Revolucionaria: la
desconcentración de poderes entre el Estado y el Partido.