La Habana siempre fue una ciudad elegante,
majestuosa, dinámica, con un gran inventario de joyas de la ingeniería y la arquitectura,
como el túnel que pasa por debajo del río Almendares y el que une La Habana
Vieja con el pueblo de Regla, el Malecón, el Paseo del Prado, el Capitolio, el
Teatro García Lorca, el antiguo Palacio Presidencial, el Cementerio, entre
otros. Es una ciudad que despierta pasiones opuestas en los habitantes de esa
otra parte de Cuba que los propios habaneros llamamos “el interior”.
Sin embargo, de esa majestuosidad quedan solo vestigios por el nivel de deterioro de la infraestructura física urbanística:
edificaciones que no se pintan desde hace 20, 30 años o más, algunas de ellas apuntaladas
con serios peligros de derrumbe, calles y aceras en pésimo estado, incluso, hay
zonas en que las aceras desaparecieron, áreas sin alumbrado que incursionar por
ellas implica un serio peligro de accidente al poder caer en un hueco donde
antes había pavimento; basura acumulada en las esquinas con una fuerte fetidez
evidencia de que el recogido de esos desechos es irregular. Pero lo más triste
es ver el deterioro de la conciencia social al observar personas que no pagan
el pasaje de las guaguas, hombres que caminan sin camisa por las principales
avenidas como si estuvieran en la playa, personas que arrojan todo tipo de
basura donde mejor le plazca. He visto una capital arrabalizada, víctima del
abandono por políticas económicas cuestionables y por la falta de amor de sus
habitantes por su ciudad sobre todo el de las nuevas generaciones.
Pero no toda La Habana está en ese estado. Hay
oasis de limpieza, mantenimiento y revitalización, como por ejemplo, la zona de
12 y 23 en el Vedado, la Rampa (el downtown
de la ciudad), Miramar, el casco histórico de La Habana Vieja, el Malecón y la
zona del puerto. La prioridad que se le está dando a estas dos últimas áreas ha sido el
resultado del nuevo papel del Puerto del Mariel, que al convertirse en el
principal punto de entrada y salida de mercancías por vía marítima, deja a la
bahía de La Habana y su entorno terrestre lista para ser una zona de
turismo y recreación. Y las obras para ese propósito ya arrancaron bajo la
tutela del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, y la empresa Habaguanex.
El Malecón se está sometiendo a un proceso de
revitalización que incluye el muro, su acera y las edificaciones que están colindantes.
Es posible observar edificios de vivienda en la zona totalmente reconstruidos y
otros convertidos en galerías de arte, cafeterías o restaurantes, con diseños y
opciones atractivas. El Malecón es la arteria vial que desemboca en el puerto que
también está cambiando su fisonomía. Pude apreciar como ya se han desmantelado
algunos almacenes y otro lo convirtieron en un centro de producción y
degustación de cerveza artesanal. Todo este esfuerzo por revitalizar el área de
la bahía es parte del interés por consolidar a la capital como uno de los
destinos turísticos más importantes de la isla y que viene acompañado de la
reconstrucción de hoteles y la inclusión de otros servicios turísticos como el recorrido panorámico alrededor de la ciudad con ómnibus de dos pisos, tal y como
se hace en otras ciudades turísticas del mundo.
Pensaba que si La Habana estaba en un marcado estado
de deterioro a pesar de contar con más recursos por ser la capital, por tener gran
dinamismo económico, por ser el centro del poder político, por haber sido el escenario
del maleconazo en agosto de 1993 o
cualquier otra razón adicional, la situación en las otras provincias sería
peor. Pero no fue así. Ciertamente observé niveles de deterioro en Villa Clara
y Las Tunas, pero a la vez aprecié señales de prosperidad en Santic Spiritus,
Holguín y Bayamo.
Bayamo en toda su extensión es un ejemplo de
ciudad ordenada, limpia, funcional. No vi aceras destruidas ni calles en pésimo
estado. No vi ningún vestigio de basura, porque el municipio se encarga de
recogerla sin falta todos los días y porque la población se preocupa también de
mantener limpia su ciudad. Se percibe también una apreciable actividad
económica.
El gobierno municipal tiene una ordenanza que
convirtió al casco histórico en una zona peatonal y evita que todo vehículo
circule por el mismo. Incluso, las personas en bicicletas tienen que desmontarse y atravesar
dicha zona a pie. Los medios de transporte turísticos son los únicos que están
autorizados a entrar al casco solo para dejar y recoger a los turistas. Esto es
un ejemplo de la preocupación del gobierno local por garantizar un adecuado
ordenamiento urbano y de protección del legado histórico de la ciudad
constituido por edificaciones que algunas de ellas datan del siglo XIX.
¿Por qué si Bayamo está afectada por los mismo
problemas de escasez de recursos y políticas nacionales centralizadoras que
sufre La Habana y el resto del país puede exhibir resultados más positivos?. En
mi opinión, la diferencia la establece la calidad de la gestión del gobierno
local. El gobierno de Bayamo, con el apoyo de las autoridades provinciales, ha
demostrado ser más creativo y emprendedor que el de la capital o el de sus
municipios.
Algunos en Cuba trataron de justificar el deterioro
de La Habana por el hecho de que es una gran urbe donde viven más de 2 millones
de habitantes y que siempre es más difícil administrar una ciudad de esa
magnitud que otra como la misma Bayamo. Pero no comulgo con el argumento del
determinismo demográfico.
Una ciudad con la envergadura de La Habana
requiere, por lo tanto, de un nivel de creatividad, compromiso y habilidad
administrativa mucho mayor que aparentemente ha faltado en los dirigentes que
han pasado por allá. Es cierto que en un contexto de escaza autonomía local es
muy difícil ser eficaz en la gestión de gobierno, pero el ejemplo de Bayamo
demostró que aún con ese obstáculo hay espacio para brindarle una mejor calidad
de vida a la población de su territorio.
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